- Geociencias EIRL Centro de Investigacion
- 16 may
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Cada tantos años, el pico norte del Huascarán libera hielo y rocas capaz de sepultar ciudades enteras. ¿Estamos listos para cuando vuelva a pasar?
La paradoja del riesgo persistente
Algunos lugares presentan condiciones que aumentan el riesgo significativamente en comparación con otras zonas, ya sea por la confluencia de múltiples peligros o por la presencia de un solo peligro con elevado potencial destructivo. En cualquier caso, nuestra capacidad de predicción —el cuándo, dónde y cómo se materializarán estos peligros— se fundamenta en el estudio de ciclos temporales para estimar probabilidades. Una premisa ampliamente aceptada es que, una vez manifestado el peligro, este volverá a presentarse en el futuro, estableciendo así el principio de recurrencia del peligro que limita tanto el desarrollo territorial como la calidad de vida de la población.
Los esfuerzos de concientización frente a los peligros frecuentemente resultan infructuosos cuando confrontan las prioridades inmediatas de la población. La necesidad básica de vivienda suele prevalecer sobre la percepción del riesgo. En la mayoría de los casos, las personas priorizan la tenencia del suelo, aun conociendo plenamente los riesgos que esta decisión conlleva. Por consiguiente, a la recurrencia natural de los peligros se añade la recurrencia de los desastres, que permanece latente mientras se perpetúen la exposición y la alta vulnerabilidad.
Gestión de riesgos vs. gestión de desastres
Tenemos claro que los peligros son recurrentes y nuestra capacidad de influir en ellos es limitada porque carecemos de los instrumentos y el conocimiento necesarios para predecir con exactitud cuándo se manifestarán en determinado lugar. En este sentido aún tenemos restricciones para la modificación fundamental del peligro. Distinto es el caso de la recurrencia de los desastres. En este ámbito desplegamos grandes esfuerzos de sensibilización para la prevención y reducción del riesgo, pero sin llegar aún a construir infraestructuras significativas orientadas a reducir la exposición y los impactos. Asimismo, en el campo de la preparación para la respuesta ante emergencias, se realizan inversiones considerables. Es decir, el énfasis se mantiene en la gestión del desastre por encima de la gestión del riesgo.
El predominio del enfoque reactivo refuerza el ciclo de los desastres, manteniendo a la población en un estado de vulnerabilidad constante. Alterar esta recurrencia exige una transformación profunda en la planificación territorial y en la gestión del riesgo, transitando de la mera prevención hacia la verdadera reducción de la exposición. Sin embargo, los resultados evidencian la debilidad estratégica de la gestión del riesgo en nuestros territorios. Un simbólico ejemplo de esta problemática lo representan tanto el centro poblado de Ranrahirca como la nueva ciudad de Yungay, ambos ubicados en las faldas del imponente nevado Huascarán.
El majestuoso y letal Huascarán
El nevado Huascarán se erige como una monumental montaña vestida de capas de hielo y nieve. Es un coloso que evoca autoridad mitológica con sus dos cumbres, una al norte y otra al sur. En sus flancos "cuelgan" algunos glaciares de manera casi surrealista, pareciendo seres de hielo azules que se aferran desesperadamente al nevado sin lograr evitar que gotas y fragmentos de su cuerpo se desprendan para alimentar las lagunas que yacen cuesta abajo. Entre ellos destaca uno particularmente relevante para nuestro análisis: el Glaciar 511. Su nombre no obedece a un orden numérico sino a una notación técnica. Es ampliamente conocido porque sus desprendimientos han causado devastadores desastres en los pueblos de Ranrahirca y Yungay.

El aluvión de 1962: señales ignoradas
En los registros documentarios encontramos:
"Poco antes de las 6:15 pm del 10 de enero de 1962, el glaciar 511 en el pico norte del Huascarán se deslizó desde la parte superior de la montaña. Un testigo creyó ver una nube baja, pero posteriormente se percató de que la nube estaba 'volando' cuesta abajo, hacia el pueblo de Ranrahirca y otras comunidades ubicadas encima de este. Aquellos que no la vieron, oyeron el rugido terrorífico de la masa de hielo, nieve, rocas, lodo y otros escombros glaciares que se aproximaban a gran velocidad. Algunos dijeron que la avalancha sonaba como si 'diez mil bestias salvajes' o centenares de aviones estuvieran sobrevolando el Huascarán. Un sobreviviente lo describió como un terremoto, que provocaba 'un retumbar en las paredes de la panza'.
En el pueblo de Huarascucho, Juan Mallqui Rodríguez salió rápidamente de su casa cuando oyó el rugido. Después de ver el Huascarán y la avalancha, subió corriendo por el cerro, gritando y advirtiéndole a los demás que huyeran. Sin embargo, la mayoría no prestó atención y dos mujeres dijeron que 'la nieve del Huascarán siempre cae así'. Era cierto, pero no en esta escala. Otros habitantes irresponsables también ignoraron las advertencias de sus vecinos. Los invitados a una fiesta en Ranrahirca continuaron cantando y riendo, creyendo que Lamberto Guzmán Tapia estaba bromeando cuando gritó ¡Avalancha! ¡Sálvese quien pueda!' (Silva Varillas, 1962a: 31; McDowell & Fletcher, 1962: 857). La mayoría no tuvo oportunidad: en tan solo cuatro minutos la violenta masa del Huascarán había descendido hasta el fondo del valle."
Ranrahirca perdió 2,900 habitantes y otros pueblos impactados, como Pacucco, Shacsha, Yanama Chico, Matacoto, Armapampa, Chuquibamba, Caya, Encayor, Uchucoto y la comunidad de Huarascucho, aumentaron la cifra de víctimas.
Cabe destacar que la toponimia constituye una evidencia lingüística poderosa que sugiere el conocimiento ancestral de la inestabilidad de la zona. Ranrahirca es una palabra quechua que significa "montaña de piedras tiradas" (Guzmán Flores & Guzmán Flores, 1962; Klimes et al., 2009). El nombre mismo del poblado nos sugiere que estos fenómenos eran conocidos por los habitantes originarios.

El cataclismo de 1970: cuando la tierra tembló y el hielo sepultó la vida
El 31 de mayo de 1970, a las 3:23 de la tarde, el Perú sufrió uno de los desastres naturales más devastadores de su historia. Este evento, conocido como el "Terremoto de Ancash" o "Terremoto del 70", afectó a más de 3'140,000 habitantes con el trágico saldo de 66,750 vidas humanas perdidas. El epicentro del sismo fue ubicado a 50 km de profundidad, a 30 km al oeste de Chimbote, en el mar, en el departamento de Ancash, a 375 km al norte de Lima. La región más afectada, de topografía variable, quedó comprendida entre la línea de costa y el río Marañón al este, limitada por los paralelos 8° a 15° latitud sur, abarcando prácticamente todo el departamento de Ancash y el sur del departamento de La Libertad.
El impacto se extendió mucho más allá: al noroeste fue sentido fuertemente en Tumbes; con grado III en Guayaquil (Ecuador). Al norte y noreste, causó pánico en Jaén, Moyobamba e Iquitos. Al este y sureste, con grado IV-V en Huánuco. Al sur y este-sureste, grado VI en Lima, y fuerte en Pisco e Ica. No fue sentido en Abancay, Arequipa y Cusco (M. Casaverde Río-INDECI).
Magnitud de la devastación
El volumen de víctimas y daños se resume en la siguiente información:
Afectó a unos 3'140,000 habitantes
Pérdida de 66,795 vidas
Personas damnificadas: 186,000
Viviendas destruidas: 60,000. De 38 poblaciones, 15 quedaron con más del 80% de las viviendas destruidas; el resto sufrió daños de consideración
En 18 poblaciones con un total de 309,000 habitantes y 81 pueblos pequeños con un total de 59,000 personas, los alcantarillados quedaron inhabilitados
Aulas de centros educativos destruidas: 6,730
La capacidad de energía eléctrica de los departamentos de Ancash y La Libertad quedó reducida al 10%, por los serios daños causados a la Central Hidroeléctrica de Huallanca
Quedó dañado el sistema de irrigación de 110,000 hectáreas
El 77% de los caminos en Ancash y La Libertad se interrumpieron, así como el 40% de los existentes en Chancay y Cajatambo al norte del departamento de Lima
La fuerza devastadora de la naturaleza
El efecto de la onda principal S (onda de corte) correspondiente al segundo y violento movimiento registrado en el sismógrafo generó el desprendimiento (fase 1: balística) del Glaciar 511 de un millón de m³ de hielo - caída libre del bloque inicial - en unos 15 segundos por el farallón (de la cima a la base) de aproximadamente 800 metros, entre las alturas promedio de 6,400 y 5,600 m.s.n.m., con una pendiente de unos 80°. La velocidad de la caída fue de aproximadamente 400 km/h debido a la ausencia de fricción.
El impacto (fase 2: formación y arranque del flujo compuesto) puso en movimiento un adicional de 0,8 km² de glaciar con un espesor promedio de 30 m incrementándose en 25 millones de m³ de hielo desplazándose a una velocidad estimada en 16 km/h al deslizarse por el valle (Comisión UNESCO). La aparente reducción de la velocidad se debe a la fricción del impacto y en los momentos iniciales del desplazamiento.
Los científicos de la UNESCO calcularon que estos 25 millones de m³ arrastraron roca granítica, arenillas y pizarras, convirtiendo el alud en alud-aluvión. Este volumen alcanzó al cementerio en 135 segundos (fase 3: masa fluida y aceleración) con una velocidad promedio de 370 km/h. Considerando que el movimiento fue acelerado por la canalización y la caída topográfica, se estima que el aluvión pasó por el cementerio a una velocidad de 500 km/h.
Los científicos estimaron un volumen total del material sólido movido y depositado (fase 4: deposición) por el alud en 50 millones de m³, con rocas de hasta 700 toneladas, basado en el espesor del alud-aluvión de 3 y 4 metros en la Plaza de Armas de Yungay y un área cubierta de 16 km².

Testimonios del horror
En Yungay, apenas el suelo dejó de sacudirse, se oyó un grave y lejano rugido proveniente de la Cordillera Blanca. Muchos de los sobrevivientes relatan que con ese sonido supieron que el terremoto había liberado una gran porción del Glaciar 511. En ese momento, una pesada nube de polvo se esparcía por Yungay, bloqueando la vista de la Cordillera Blanca.
El profesor Pelayo Aldave Tarazona corrió "aterrorizado" hacia el cementerio, ubicado en un cerro por encima del pueblo. Su amigo le gritó: "¡Levántese... corra... el aluvión está sobre nosotros!". Llegó al cementerio justo cuando la avalancha pasaba a pocos metros de distancia, arrancando cadáveres del suelo y creando una terrible escena de esqueletos desperdigados y sobrevivientes aterrados.
El geólogo Mateo Casaverde conducía por Yungay acompañado del geólogo francés Gerard Patzelt cuando el terremoto los sorprendió. Abandonaron el vehículo cuando este empezó a "saltar verticalmente". Momentos después, explica Casaverde, "escuchamos un ruido de baja frecuencia, algo diferente, no era el ruido producido por un terremoto" y vieron la nube de color arcilla creciendo por encima de la Cordillera Blanca, lo cual indicaba que "el Huascarán se venía abajo". Subieron rápidamente a la cima del cementerio justo a tiempo para ver una "ola gigante", de unos 30 metros aproximadamente, bajar por el cerro y arrasar Yungay (Aldave Tarazona, 2002: 127; Vergara Collazos, 1993: 21; Casaverde Río, s. f.).
En total, la avalancha glaciar del Huascarán mató a miles de personas -se han estimado de manera conservadora 7,000 fallecidos – una cantidad significativa de los 70,000 muertos que dejó el terremoto.
Algunos registros periodísticos afirman que además de sepultar a Yungay, el aluvión también afectó parcialmente a Ranrahirca, por segunda vez en menos de una década. Las fotografías aéreas del Servicio Geológico de EE.UU. y el artículo de George E. Ericksen, George Plafker (U.S. Geological Survey) y Jaime Fernández Concha (Lima, Perú) confirman que Ranrahirca, reconstruida tras el desastre de 1962, fue nuevamente afectada por este segundo evento catastrófico.

Dos respuestas ante el mismo peligro: ¿aprendimos sobre recurrencia?
Actualmente, las familias y nuevos pobladores de la antigua Yungay se han emplazado unos 2 km más al norte de su ubicación original. El área original fue declarada Campo Santo Nacional, un lugar de memoria y recogimiento en honor a las víctimas que yacen bajo los escombros. La Nueva Yungay asumió con seriedad la importancia de reducir su exposición frente a un posible nuevo alud-aluvión.
En contraste, la población de Ranrahirca optó por mantenerse en el mismo lugar. Se reconstruyó en la misma zona que históricamente ha demostrado ser vulnerable a aluviones provenientes del nevado Huascarán. Por lo tanto, esta población continúa expuesta al riesgo de futuros aluviones, aunque se hayan implementado algunas medidas de reducción y exista una mayor conciencia del peligro.
Es importante entender que las decisiones de reconstrucción después de un desastre son complejas y están influenciadas por una variedad de factores sociales, económicos, culturales y políticos, además de la evaluación puramente técnica del riesgo. Aunque desde una perspectiva de gestión del riesgo pueda parecer ilógico reconstruir en una zona de alta peligrosidad, las comunidades pueden tener otras prioridades y consideraciones que pesan en sus decisiones.
Variable | Yungay | Ranrahirca | Lecciones |
Evento principal | Alud-aluvión (31/05/1970) | Avalancha (10/01/1962) | Ambos demuestran recurrencia histórica en la zona. |
Origen del alud | Glaciar 511 (Huascarán | Glaciar 511 (Huascarán) | El Glaciar 511 es el “gatillo” de los desprendimientos |
Víctimas estimadas | ~6,000 (Casaverde, 2002) | ~4,000 (McDowell & Fletcher, 1962) | La magnitud excede la capacidad de respuesta local. |
Reconstrucción post-desastre | Reubicación (Nueva Yungay, 2 km al norte) | Reconstrucción in situ | La reubicación reduce exposición, pero requiere voluntad política. |
Medidas de gestión del riesgo | Declaración como Campo Santo (ningún asentamiento nuevo) | Alerta temprana y monitoreo (pero persistencia del riesgo) | Reducción parcial de exposición, las medidas son insuficientes. |
Factores culturales | Memoria colectiva fuerte (visitas al Campo Santo) | Arraigo a tierras agrícolas y tenencia informal | La identidad territorial complica la gestión del riesgo. |
Evidencia de recurrencia | Toponimia: "Yungay" (quechua: "valle cálido") | Toponimia: "Ranrahirca" ("montaña de piedras tiradas") | Algunos nombres advierten peligro mientras que otros refleja condiciones ambientales. |

Conclusión: entre el determinismo natural y la agencia humana
La sociedad presenta un limitado alcance para modificar la recurrencia de los peligros naturales. Esta es nuestra realidad actual. Los grandes procesos que originan los peligros (tectónica de placas, ciclos hidrológicos, actividad volcánica, etc.) operan a escalas temporales y con energías que escapan a nuestra capacidad de modificación directa.
Con el avance del conocimiento científico y las soluciones que nos provea la ingeniería, podríamos mejorar en la comprensión de los fenómenos naturales e influir en alguna medida en los ciclos o los procesos eminentemente peligrosos. Esto puede conducirnos a mejores pronósticos, sistemas de alerta temprana más efectivos y estrategias de mitigación más inteligentes en el futuro. Sin embargo, estos esfuerzos se centran principalmente en la comprensión y la predicción, no en la alteración de la recurrencia del peligro en sí.
Por otra parte, tenemos un amplio espacio para influir en la recurrencia de los desastres, especialmente si nos enfocamos en sus causas raíz. Este es el punto central donde la acción humana tiene el mayor impacto. Actuar sobre la vulnerabilidad (planificación territorial inadecuada, construcción precaria, falta de educación y preparación, pobreza, etc.) es la estrategia más efectiva para reducir el riesgo de desastres ante la inevitable recurrencia de los peligros.
En los casos de Yungay y Ranrahirca podemos identificar poderosas razones sociales de base cultural que moldean la percepción de la naturaleza, el bienestar y la seguridad. El arraigo a la tierra, la identidad cultural, la memoria colectiva y las prioridades de subsistencia son factores determinantes que influyen en las decisiones de asentamiento y reconstrucción, incluso en zonas de alto riesgo. La percepción de la naturaleza y la relación con ella, moldeada por la cultura local, juega un papel fundamental en cómo las comunidades evalúan y responden al riesgo.
El verdadero desafío consiste en integrar estos valores culturales y necesidades socioeconómicas con estrategias efectivas de reducción del riesgo, para así romper el ciclo de la recurrencia de los desastres sin desgarrar el tejido social y cultural de las comunidades vulnerables.
La tragedia del Huascarán revela esta dualidad: los aludes son inevitables (determinismo natural), pero la recurrencia de desastres depende de dónde y cómo reconstruimos (agencia humana). Ranrahirca simboliza la inercia; Yungay, la adaptación posible.